lunes, 5 de diciembre de 2016

La infinita soledad de los niños de hoy


Las últimas décadas han sido testigos de una tendencia creciente en casi todo el mundo: la “adultización” de los niños. Se ven padres que se sientan al lado de la cuna del bebé y le hablan acerca de la importancia de que llore a ciertas horas, pero a otras no. “Tienen que aprender desde pequeños”, dicen.

Desde el comienzo, intentan educar a estos niños para algo que parece una especie de autonomía a ultranza. Quieren que sus hijos les perturben la vida lo menos posible: que aprendan a levantarse y acostarse solos; que cumplan sus tareas escolares sin que nadie los supervise; que esperen “tranquilos” a sus padres en la casa hasta que lleguen del trabajo. En otras palabras: que se comporten como pequeños adultos.

Esta actitud no deja de generar cierto sentimiento de culpa en los padres. Lo malo es que tratan de diluir esa culpa con regalos costosos o cuidados extremos en ciertos aspectos de la vida. Puede que los estén llamando cada 2 horas “para ver cómo van”. O que aprovechen las vacaciones para irse con ellos al otro lado del mundo para, supuestamente, reparar en algo las ausencias.

Padres agotados y niños insatisfechos

La soledad de los niños es una verdadera epidemia. La propicia el clima de estos tiempos en donde parece que los ratos para los abrazos, los besos y la conversación pausada ya no existen. A cambio de ello, solo hay tiempo para el trabajo: gente agotada y caras largas. Padres que llegan tarde y siempre están cansados y alterados.

UNICEF hizo una encuesta sobre lo que significa calidad de vida para los niños y así pudo comprobarse que su enfoque es muy distinto al de los adultos. Chicos de todo el mundo, entre los 8 y los 14 años, dieron una lista de lo que consideran “vivir bien”. No incluyen juguetes costosos, ni regalos estrambóticos, sino cosas muy sencillas:

    Que los padres griten menos y dialoguen más
    Que apaguen sus móviles
    Que les abracen más
    Que los tengan menos tiempo encerrados en los colegios y más tiempo haciendo actividades físicas con ellos
    Que la gente sonría más
    Que no haya mudanza de la casa en donde viven

Los niños se han vuelto silenciosos y tristes

Ahora es más frecuente que nunca ver niños con expresión triste o distante. Los niños de hoy se sienten muy solos y eso los convierte en personas silenciosas. No saben cómo expresar lo que sienten, porque nunca este es un tema de conversación. Y el no saber dar cuenta de su mundo interno, incrementa su soledad.

También son más irritables, intolerantes y exigentes. No atinan a organizar sus emociones de manera coherente. A muchos les cuesta ser espontáneos y son extremadamente vulnerables a la opinión de los demás.

La soledad impuesta nunca es buena, porque hunde a quien la padece en una especie de limbo emocional, especialmente si es un niño. Se siente sin soporte, sin piso. Experimenta miedo y por eso puede desarrollar una personalidad defensiva y fóbica, que en su vida adulta solo le traerá grandes dificultades para relacionarse sanamente con los demás.
¿Qué hacer frente a la inmensa soledad de los niños?

Seguramente muchos padres han caído en la cuenta de que sus hijos están muy solos. Pero se sienten frente a una grave disyuntiva: o trabajan para sostener económicamente el hogar o pasan privaciones junto a sus hijos. Sin embargo, algo, o mucho, sí se puede hacer al respecto. Estas son algunas de las posibles acciones:

    Es importante intentar negociar en el trabajo algún tipo de flexibilidad de horarios en función del cuidado de los niños. Puede ser al menos una hora a la semana para dedicarles a ellos.

    Acordar con la pareja, o con otros adultos, la distribución del tiempo, de manera que los niños permanezcan el menor tiempo posible sin un adulto confiable a su lado. Esto para los lapsos en que no están en el colegio.

    Destinar un tiempo para dedicarlo exclusivamente a los niños. Si al menos dedicas 30 minutos al día, con el móvil apagado y sin pensar en nada más, para abrazar a tu niño, contarle a grandes rasgos lo que pasó en tu día y preguntarle por lo que pasó en el suyo, ya le estarás haciendo un gran aporte. Si no puedes dedicar 30 minutos, al menos dedícale 15 todos los días.

    Juega al menos una vez a la semana con el niño. Ese tiempo es muy valioso: se va rápido y cuando se va, no vuelve. Si juegas con él, no necesitas decirle que lo amas: él lo sabrá y se sentirá valioso.

Sean cuales sean las condiciones, vale la pena pensar en la manera de dedicarle más tiempo a los chicos. Lo merecen. Están en una etapa de la vida en la que todas las experiencias marcan. Quizás implique algo de sacrificio, pero, con toda seguridad, vale la pena.

Via lamenteesmaravillosa.com

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