lunes, 7 de septiembre de 2015

Mis amigas no quieren ser madres


Si la maternidad es una elección íntima y personal, ¿por qué nos apresuramos a juzgar a quienes piensan distinto a nosotras?

La maternidad es un tabú.

Aunque nuestra sociedad haga como que le gusta el tema —nos encantan los bebés, nos encanta proncunciar la palabra libertad, nos encanta decir que las mujeres pueden decidir—, en realidad todos estamos fingiendo.

La maternidad, en todos sus aspectos, es incómoda y causa enfrentamiento.

Hace tan solo unos meses, publiqué en PlayGround un artículo sobre lo que significa ser madre antes de los 30, con la intención de derribar algunos prejuicios sobre las madres jóvenes.

Cuando compartí el post en mis redes sociales, una amiga lo llevó también a su muro de Facebook haciendo una puntualización: “Estaría bien que alguna vez se hablara del verdadero tabú de la maternidad: aquel de las mujeres que directamente no quieren ser madres”.

Aunque se trataba de un espacio privado, se formó un debate entre mujeres de distintos países, edades y puntos de vista, que me dio mucho que pensar: cuando me refería a que ser madre joven es un gran tabú, nunca quise decir que ese fuera el único que rodea a este tema.

Desde entonces, me dio la impresión de que algo estaba pasando en redes sociales cada vez que salía a la luz algún artículo relacionado con ser madre.

    No se trata de ver quién sufre más, sino de evitar que cualquiera de nosotras sufra

En ese momento, una batalla llegaba a los comentarios, y esa batalla, la mayoría de las veces, estaba protagonizada por mujeres que se insultaban las unas a las otras, para ver quién de ellas tenía razón.

Pero nadie tenía razón.

O al menos ninguna era capaz de exponer sus argumentos y vivencias sin hacer daño a la que estaba al lado.

A saber:

—Las mujeres que quieren ser madres son sumisas del patriarcado

—Las mujeres que no quieren ser madres son feminazis

—Las mujeres que abortan son puros demonios

—Las mujeres que ahora no quieren niños, se arrepentirán a los 40

—Las mujeres que adoptan no son madres de verdad

—Las mujeres que no quieren ser madres no piensan en sus maridos

—Las mujeres que son madres solteras dan pena

—Las mujeres que viven sólo por sus hijos tienen el cerebro lavado

—Las verdaderas mujeres son las que han parido, y el resto, no sirven de nada

En verdad, la maternidad o la no maternidad es sólo la punta del iceberg de lo que verdaderamente importa en este debate, que es  la capacidad y la libertad de una mujer para decidir por sí misma qué es lo quiere hacer con su cuerpo, con su tiempo libre, con su vida… sin que todos la juzguemos.

Un cuerpo público

“Nuestro cuerpo es público en todos los aspectos, todo el mundo opina de todo”, me dice mi colega Alba por chat de Facebook cuando le pregunto por qué piensa que nos apasiona tanto juzgar a otras mujeres.

“¿Cómo actúas cuando te preguntan por qué no te depilas, o por qué no tienes novio, o por qué no bebes o por qué no sales de fiesta? Llevo dando explicaciones a la gente de prácticamente todo lo que hago durante toda la vida”.

He decido escribir a Alba, a Oriette y a Aleida porque en algún momento de nuestras vidas y de nuestras amistades me han confesado que no quieren ser madres.

Y digo confesado, en ocasiones parece que el simple hecho de hablar sobre nuestros sentimientos fuera algo peligroso.

Mis tres amigas no han cumplido los treinta, Alba vive en Madrid, Oriette en Caracas y Aleida en una ciudad del norte de México. La realidad de cada una es bien distinta y sus motivos para ser o no ser madres también lo son.

    Decir que no quieres ser madre, en algunos ambientes puede resultar violento y hasta bochornoso

Alba me comenta que no quiere ser madre, que es algo que ha reflexionado muchas veces, pero que su respuesta siempre ha sido negativa. Cuando le pregunto si hay mucha gente a la que le molesta su opinión, me dice que, curiosamente, las que más se preocupan son otras mujeres.

“Me suelen decir que ya me entrarán ganas, que cuando tenga una relación estable me apetecerá, que me sonará el reloj biológico…”.

Para mucha gente, me precisa Alba, no es normal que una chica no quiera tener hijos. Que un hombre no quiera perpetuar su especie podría ser más comprensible, pero que sea una mujer la que lo decida, sigue resultándonos extraño.

“En temas de mujer y feminismo, una gran parte de las cosas viene por poso”, me dice. “Contamos con un poso social y cultural que nos hace dar por hecho muchas cosas, muchos comportamientos.”

Mientras chateamos, se me viene a la mente una viñeta de No te va a doler , un fanzine de María Mercromina y Ana Mushel, que hace unos meses se hizo viral porque definía al la perfección eso que Alba acaba de señalar.

En la viñeta aparecen dos chicas tirándose del pelo, y de sus bocas emerge la siguiente frase: Yo soy más feminista que tú.

“Aquellas personas que se ponen el pin de “soy más feminista que tú” demuestran que no lo son en absoluto. El feminismo trata de buscar y luchar y hacer todo lo posible por la igualdad de todo el mundo.”

Con todo, Alba sabe que aún queda mucho tiempo para que su postura sea aceptada sin peros, sin insultos y sin malas caras.

    Quien dice ‘yo soy más feminista que tú’, no es para nada feminista

Es como si por el mero hecho de existir como mujer, de salir a la calle con su sexo y con un útero, todo lo que hay en ella perteneciera a los demás o fuera de su incumbencia.

“Ya depende de cada uno si queremos enseñar a la gente a no meterse en nuestros asuntos o si decimos ¡sí, vale! y miramos para otro lado.”

Cuando la mujer asesina a la mujer

Pero mirar hacia otro lado no es tan fácil como parece. Hace unos meses, mi amiga Aleida me escribió un extenso mensaje contándome por qué toda su vida le ha dado miedo decir que no quiere ser madre.

Aleida parecía asustada, pero también aliviada de que al fin gracias a Internet hubiera conocido a personas que no la juzgan, o que han tomado decisiones como las suyas.

Para ella, que vive en Torreón, una ciudad al norte de México con un pasado reciente muy violento y peligroso, el machismo que muchos de sus vecinos, amigos o compañeros llevan en la sangre, es demencial.

    Te enseñan cómo debes ser, y si te sales de eso, es que estás perdida

Aleida me explica que creció entre mujeres, y que sólo por eso sabe cómo a veces entre nosotras podemos ser demasiado crueles.

Ya desde el colegio, notaba una separación entre las chicas que aceptaban ser aquello que “debían ser”, y entre las que, como ella, proponían otras opciones para su futuro.

“¿De verdad quieres ser escritora? ¿Qué vas a hacer cuando nazcan tus hijos y tengas que quedarte en casa a cuidarlos y a limpiar?”, le preguntaban, cuando ella confesaba su sueño de dedicarse a las palabras.

Ahora, de adulta, se dedica al mundo de la literatura y el periodismo, y a veces sigue encontrándose respuestas como esta, o incluso acusaciones del tipo“algún día tendrás que dejar tu hobby y ser una mujer de verdad”.

Por su profesión, Aleida es consciente de que en los últimos años ha habido una nueva ola de escritoras que han comenzado a escribir sin pudor de temas aparentemente prohibidos o menores en la literatura, como pudiera ser la menstruación, el sexo, el aborto o la propia maternidad.

Para ella es esencial que exista una reivindicación del cuerpo, porque es la única manera de normalizar estos temas, de sacarlos a la luz y que no se queden escondidos como ocurría antiguamente, hasta que de tanto enterrarlos se conviertan otra vez en tabúes.

    En mi país la violencia de género y los feminicidios van en aumento

Es necesario que las mujeres hablen de sus miedos, y no que se apuñalen a sí mismas. Es necesario que las mujeres entiendan a otras mujeres, porque de otro modo nadie más vendrá a defenderlas.

“En mi país, los feminicidios y la violencia van en aumento, se vive con miedo constante de que en cualquier momento te puedan matar, o secuestrar, o violar, y tampoco se puede confiar en la justicia.”

Ante un panorama como el que Aleida describe, sólo queda la opción de ser valiente. Para ella, tener hijos no es una opción posible, no ya porque no los desee, sino porque además la situación de su estado, de su país y de su entorno, son terribles.

“Aquí, en los hospitales te tratan como carne. Hace poco una amiga embarazada se quedó inconscient e, y los médicos tardaron horas en atenderla. Sin embargo, es curioso que a pesar de todo, el índice de natalidad es cada vez más alto, y las chicas son madres cada vez más jóvenes”.

Bebés y sueldos mínimos

Desde Venezuela, Oriette también nota una separación entre las mujeres que son madres y las que no lo son, dependiendo de las edades a las que paren.

Según me cuenta por teléfono, ella no quiere ser madre, o al menos no ahora, porque cree que es demasiado pronto y que le quedan demasiadas cosas por hacer.

“Siento que no puedo anteponer la maternidad a mi carrera profesional” , me cuenta sin miedo a que su postura pueda parecer egoísta. Y es que no se trata para nada de egoísmo, sino de supervivencia.

“En mi país a veces tienes que tener más de dos trabajos si quieres vivir bien. Y con vivir bien me refiero a poder tener una casa o a poder comprar comida para dos personas, ¿cómo voy a ser madre, si a veces no puedo comer yo?”.

    La decisión de postergar la maternidad no es egoísta, se trata de supervivencia

Oriette me dice que desde pequeña en la escuela y en el seno familiar le inculcaron esos valores: trabajar, trabajar, trabajar, forjar un futuro y más adelante poder formar la familia que ella deseara formar.

“ Aquí ser madre antes de los 20 está muy mal visto, es sinónimo de no tener un proyecto de futuro. En otras regiones de Venezuela las chicas tienen hijos entre los 15 y los 19, pero eso para la sociedad, significa que ya no van a ser nadie en la vida, que solo van a poder dedicarse a la maternidad, y que va a ser el hombre el que trabaje”.

De hecho, Venezuela es el país de toda América Latina donde las madres son más precoces. En 2014, datos del Fondo de población de las Naciones Unidas revelaron que 25 de cada 100 madres venezolanas son adolescentes.

Por eso Oriette sabe lo difícil que sería seguir trabajando, seguir labrando su futuro y seguir ahorrando si tuviera que enfrentarse a la maternidad, en un lugar en el que sólo por tener el vientre lleno, nadie va a dar nada por ella.

Sin embargo, me precisa, también existe esa doble moral que hace que, sea como sea, una mujer siempre tenga que sentirse mal por sus decisiones. Una mujer puede decir que será madre más adelante, pero es impensable que asegure que la maternidad no le interesa para nada.

“En temas laborales noto mayor igualdad, es decir, a la gente cada vez le parece menos raro que una mujer pueda estudiar derecho, o que se convierta en jefa de un departamento, por ejemplo , sin embargo a esa misma mujer sí que la vamos a juzgar según lo que decida hacer con su cuerpo”.

    He tenido suerte porque mi familia me apoya, pero no siempre es así

Oriette reconoce haber tenido suerte porque tanto su marido como sus amigos más cercanos o su familia entienden perfectamente su voluntad de retrasar la maternidad hasta sentirse completamente segura de que quiere hacerlo.

Dice, por el contrario, que quienes más la critican son, curiosamente, personas con las que no tiene tanta confianza y mujeres que hasta han llegado a advertirle que si más adelante tiene problemas para tener hijos, será su culpa por no haberlo hecho antes.

Otra vez el cuerpo como algo que deja de pertenecerle a una y que se convierte en terreno de opinión pública.

Otra vez el útero como batalla de muchos, y no como espacio íntimo y único.

Otra vez la presión por justificarse, por deshacerse de las malas caras y de las opiniones tóxicas.

Parece que todavía queda un largo camino, en el que quizá nuestra mejor arma sea la de la comunicación.

Que yo quiera ser madre ahora no significa que las opciones que han tomado mis amigas no sean acertadas. Y que ellas no quieran serlo tampoco significa que mi camino sea el erróneo.

Fuente: guarderia.org

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