¿Eres de los que gritan y corren de buena mañana porque no llegáis nunca pronto al colegio o eres de los que prefieres madrugar e ir con la calma?
¿Te has planteado alguna vez qué es lo que quieres que recuerden tus hijos de su infancia?
Yo lo he hecho muchas veces y recuerdo que mis mañanas cuando era pequeña eran de las estresadas. Siempre íbamos corriendo porque llegábamos tarde, recuerdo nervios, estrés y malestar. Y aunque tenía muy claro que eso no lo quería para mis hijos, habían mañanas que se le parecían mucho. Así que un día me hice un planteamiento y me propuse cambiar esto.
Hoy quiero compartir con vosotros cómo lo hice.
¿Quieres dejar de correr y gritar por la mañana?
Pues ponte las pilas y sigue estos pasos:
1.Levántate antes
Obvio, ¿no? Necesitas más tiempo para ir tranquilo y eso solo se consigue si madrugas un poquito más, a veces es suficiente con 10 minutos, pero esos 10 minutos cambiarán tu manera de empezar el día. Yo decidí levantarme antes y preparar el desayuno, cuando lo tengo listo empiezo a levantar a todo el mundo. Adelanto trabajo y tengo un tiempo de tranquilidad matutina, de estar sola y en silencio en la cocina. Me gusta el silencio por la mañana.
2. Despierta a tus hijos de buen humor
Empezar el día a gritos y con prisas no es una buena manera de empezarlo. Es mejor hacerlo de buen humor. Para eso despierta a tus hijos con 2 minutos de margen para que sea un momento agradable, puedes meterte un día en su cama y hacerle cosquillas, otro día puedes cantarle una canción divertida, otro acariciarle la carita,…No permitas que el malhumor entre en tu casa de buena mañana. Yo recuerdo que una vez le dije que yo era el probador de camas y que había probado todas las camas de la casa y la suya era la mejor, así que había decidido echarlo para acostarme yo. Le hizo muchísima gracia y a veces me lo recuerda.
3. Marca tú el tiempo
Los niños no tienen noción de tiempo, pueden saber que un minuto tiene 60 segundos e incluso manejarse con el reloj a la perfección y aun así no tener claro que 5 minutos pasan volando y que si se entretiene jugando llegará tarde. Si nos pasa a los adultos que cuando estamos entretenidos se nos pasa el tiempo sin darnos cuenta, ¿cómo no les va a pasar a los niños?
Por lo tanto, por la mañana, debes marcar muy bien los tiempos, ahora toca los dientes, ahora toca vestirse e ir mirando que no se entretiene y se le va el santo al cielo.
4. Recuerda que la responsabilidad es tuya
Si llegáis tarde es porque no has hecho las cosas bien. Ellos no pueden ser responsables de eso, no podemos cargar sobre sus pequeñas espalditas el peso de organizar bien una mañana para llegar a tiempo. Su responsabilidad es jugar, aprender, ser curiosos y fantasear. Si alguna vez me vienen unos padres y me dicen: mi hija de 8 años se pone el despertador, se levanta, desayuna y se viste sin que nadie le tenga que decir nada y me espera puntual en la puerta con la mochila puesta, les diré sin dudarlo que algo está pasando, una niña tan súper responsable no toca a los 8 años.
Con esto no quiero decir que no tengan responsabilidades, al contrario, deben tener las que les toca. Pero no la de calcular el tiempo para llegar a la hora.
5. Las órdenes no las oyen, tienen sordera selectiva
Los niños tienen un atributo especial y es la sordera específica para no escuchar lo que no les interesa y yo no digo que sea malo, seguro que es buenísimo, así no pierden el tiempo con tonterías como lavarse los dientes o ponerse el pijama.
Cuando yo doy una orden, debo hacerla cumplir. A veces, por no decir siempre, nuestros hijos no nos hacen caso a la primera, ni a la segunda, ni si quiera a la tercera. La mayoría de las veces ni siquiera nos han escuchado porque oír si que oyen pero escuchar es distinto. Así que cuando yo les digo que se laven los dientes desde la otra punta de la casa y pretendo que me oigan y que lo hagan ipso facto, es que me debo haber vuelto loca porque eso no lo hacen nunca.
¿Qué debo hacer entonces?
Dar las órdenes desde bien cerquita, asegurándonos que nos prestan su atención, avisar hasta 3 veces y si no hacen caso ir pausadamente sin alterarme, cogerlo de la mano y llevarlo a hacer lo que les había dicho. Pero sin enfadarme, simplemente haciendo cumplir la orden. Porque muchas veces, cuando no conseguimos que nos hagan caso, lo que suele ocurrir es que la orden que dimos se pierde en el olvido y no se hace y eso nos resta autoridad cada día.
CONCLUSIONES
Estos fueron los pasos que seguí y aunque no siempre lo consigo, cada día lo intento y me bastaría con saber que cuando sean mayores y recuerden su infancia, piensen en el probador de camas y el desayuno en la mesa y borren esas pocas, pero malas mañanas en las que hemos tenido que salir corriendo de casa.
Via psicologosantacoloma.es
viernes, 22 de abril de 2016
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