Como les pasa a los mayores, los bebés precisan de un ambiente tranquilo y una serie de rutinas antes de conciliar el sueño. Si no se dan estas condiciones, los pequeños no duermen bien. Las alteraciones del sueño afectan a un 30% de los menores de 5 años, según los datos que maneja Ana Pérez, coordinadora del grupo de Trastornos del sueño de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica (SENEP), e incluso "pueden requerir tratamiento médico".
Con la llegada de las vacaciones, es mucho más complejo respetar las rutinas de sueño que establecemos durante el resto del año. "A pesar de esto, se recomienda a los padres que traten de marcar pautas que sí puedan seguir durante el verano o que alteren los hábitos de los niños lo mínimo posible, pues el trabajo conseguido durante el periodo escolar puede perderse si el pequeño nota mucho descontrol en su entorno", concluye esta especialista.
La experta recomienda establecer hábitos y rutinas que el niño asocie cada día con la hora de irse a dormir y le ayuden a conciliar el sueño. "Es recomendable crear un entorno relajante en el que el niño se sienta seguro a la hora de dormir", añade.
Así, es fundamental establecer una hora para irse a la cama que se deberá respetar lo máximo posible de cara a crear un hábito que conciencie al niño de que ha llegado la hora de dormir. Por ello es aconsejable evitar bebidas estimulantes antes de dormir así como actividades muy movidas que puedan activar mucho al niño y dificultar el momento de conciliar el sueño.
Los posibles problemas se pueden solucionar estableciendo rutinas diarias que "ayudan a que se reduzcan e incluso que desaparezcan los trastornos de sueño en niños", añade la doctora Pérez, miembro del Servicio de Pediatría del Hospital Universitario Sanitas La Moraleja.
Estos trastornos no deben confundirse con algo puntual. "Son una alteración real, no una variación de una función fisiológica, que se manifiesta durante el sueño y con frecuencia precisa tratamiento", prosigue.
Según la Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos del Sueño en la Infancia y la Adolescencia los trastornos pueden ser tres: problemas para conciliar el sueño, situaciones que se presentan durante la noche e interrumpen el sueño y aquellos que producen somnolencia al niño durante el día.
Estos trastornos pueden afectar al niño en distinta medida e incluso ser la manifestación de otras alteraciones que el facultativo deberá valorar y tratar. "El grado de repercusión del trastorno que padece el niño depende de su intensidad así como de la capacidad del organismo para compensar sus consecuencias" explica Pérez.
Irritabilidad, desánimo y decaimiento
Los trastornos del sueño podrían provocar falta de concentración, irritabilidad, desánimo y decaimiento en los niños, entre otros efectos negativos. La doctora Perez sostiene que no tienen las mismas necesidades de sueño una persona adulta que un adolescente o un niño, asimismo a lo largo las distintas etapas en el desarrollo de una persona sus ritmos y rutinas de sueño sufren cambios. Y es fundamental establecer unos correctos hábitos de sueño desde la infancia para potenciar el desarrollo físico y cognitivo, lo que incluso podría evitar posibles trastornos en la edad adulta.
Pesadillas o los terrores nocturnos
Problemas como las pesadillas o los terrores nocturnos son comunes en la etapa infantil hasta la llegada de la adolescencia, aunque es destacable que el trastorno más habitual es el sonambulismo, con una prevalencia del 15% en niños de edades comprendidas entre los 3 y los 15 años.
"Es importante vigilar, en la medida de lo posible, el descanso de los niños para detectar patrones anómalos como el ronquido que, en muchos casos, puede ser síntoma de problemas como el Síndrome de Apnea Obstructiva, una patología muy común en mayores de 2 años", afirma.
En cuando a las necesidades de sueño según cada etapa, los recién nacidos dormirán unas 16 o 20 horas cada día divididas en 5 o 6 períodos de sueño y vigilia; al llegar a los 3 meses lo habitual es que comience a dormir menos, unas 14 o 15 horas y cada vez menos según avancen los meses, con lo que se reducen de manera progresiva los períodos de sueño diurno hasta eliminarlos; mientras que de los 5 y 10 años sus ritmos de sueño empiezan a asemejarse más a los de un adulto. En la adolescencia las necesidades se reducen hasta las 7 u 8 horas diarias.
A pesar de lo anterior, Pérez destaca que "no hay un patrón exacto de sueño. Cada niño tiene sus particularidades y no podemos establecer una norma que encaje a todos los pequeños. Por eso, es importante observar los ritmos de sueño del niño para determinar si padece algún trastorno del sueño y cómo abordarlo y tratarlo".
Via elmundo.es
viernes, 1 de julio de 2016
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