El martes 11 de febrero el profesor de Música de un colegio era detenido. La acusación: abusar sexualmente de al menos siete alumnas de edades comprendidas entre los 12 y los 17 años.
Poco a poco, a partir de los datos que se van conociendo, sale a la luz que los delitos habían estado tapados por el clima de silencio que envuelve a muchos casos semejantes. Sospechas entre los compañeros en las que nadie profundiza, advertencias a personas que están a cargo del colegio que son ignoradas… Y, sobre todo: silencio entre los alumnos afectados y entre sus compañeros.
Hay muchas razones por las que se crea este tabú entre los niños. A pesar de que a los adultos, por calmar nuestro desasosiego, nos guste pensar que los niños nos cuentan todo, es muy habitual que haya espacios vetados en la comunicación. En circunstancias brutales, como son las que rodean a un abusador sexual que tiene autoridad y poder, los factores que hacen que una chica o un chico oculten cosas se acentúan.
En primer lugar está, por supuesto, el miedo. Educamos a nuestros hijos, en gran parte, utilizando amenazas. Inculcamos temores concretos (“Si no estudias más vas a suspender”) pero también abstractos (“Si sigues así, te va a ir muy mal en la vida”). Atemorizar es parte de la educación, porque en toda sociedad hay que ser cautos ante determinados peligros. Pero el miedo puede ser utilizado también como arma de manipulación. Los pederastas utilizan esa hipersensibilidad que tienen los niños a la creación de temores. Manipulan el clima general utilizando miedos difusos: ellos saben que las mejores amenazas que existen son las inconcretas, porque es muy difícil para un niño luchar contra ellas. Las víctimas y sus compañeros suelen recordar siempre la sensación opresiva de que si hablan va a ser malo. No saben ni para quién (¿para ellos, para su familia, para sus amigos?) ni por qué (¿qué es lo que puede ocurrir?) Pero presienten que algo nefasto ocurrirá si hablan.
Además, está la terrible sensación de culpabilidad. Incluso en los casos en los que existe buena comunicación entre padres e hijos, ésta se basa únicamente en aquellas conductas y actitudes de las que el chaval se siente orgulloso. A todos nos cuesta hablar de actos o sensaciones que nos avergüenzan: a los niños más aún… Y los abusadores lo saben. Ahondan en el tabú de la culpa convenciendo a los niños de que tienen algo por lo que deben bajar los ojos.
El otro factor que se da en la educación cotidiana y que los maltratadores sexuales usan para su provecho es el argumento de autoridad. Gran parte de la vida de nuestros hijos se basa en el respeto al poder de padres y de figuras de referencia designadas por estos. Es una práctica adaptativa y necesaria, pero puede ser usada en su favor por un abusador. Si nos paramos a pensar en ello, estos criminales suelen ser personas que gozan de autoridad y prestigio. “No lo hubiéramos imaginado nunca, era una persona muy respetada” es una de las frases que más se ha escuchado en las entrevistas a los implicados en éste y en todos los casos. De hecho, casi siempre ha habido niños que han intentado romper el clima de silencio insinuando algo a sus padres o a otros adultos y no ha sido creído. El abusador es una figura “muy respetada” y, por lo tanto, es siempre más creíble que un niño.
Miedo, sensación de culpabilidad e indefensión ante la autoridad. Ésa es la triada psicológica que mantiene en pie estos climas de silencio. Existen armas contra ellos: dar mayor sensación de control a nuestros hijos, tratar de que sean menos sumisos, hablar de estos temas sin convertirlos en tabú, aumentar su autoestima recordándoles que nosotros siempre intentaremos ayudarles… Pero somos vulnerables y el riesgo de abuso sexual siempre existe porque estos criminales manipulan con armas psicológicas que siempre están ahí. No tiene sentido culpabilizar a las víctimas por haber tenido la mala suerte de encontrarse ante un monstruo.
Via / Foto elconfidencial.com
sábado, 15 de febrero de 2014
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