En la alimentación del adulto se está abandonando el concepto de ‘nutrición adecuada’ para dar paso al de ‘nutrición óptima’. Y tratándose de bebés y de niños no podía ser menos. ¿El objetivo? Que la alimentación que recibe hoy sea capaz de prevenir y evitar dolencias de salud futuras.
Cada vez nos preocupamos más no solo por tomar los nutrientes adecuados sino por conocer qué ocurre con ellos una vez que entran en el organismo, cómo se transforman, cuáles son sus efectos, su biodisponibilidad”, nos aclara Pedro Abellán, del Instituto de Nutrición Hero Baby. “Eso aporta una base para poder disminuir la prevalencia de enfermedades en la etapa de adulto, sobre todo las enfermedades típicas de las sociedades desarrolladas”.
Para María José Rosales Fletes, de Danone Baby Nutrition, “mejorando la alimentación infantil se construye la salud del adulto y de la sociedad del mañana. Por eso, realizamos estudios que nos ayuden a cumplir con esa norma. Uno de ellos, el proyecto ALSALMA, ha demostrado que el 92% de los niños españoles de 0 a 3 años consume más del doble de las proteínas recomendadas para su edad, lo que puede comportar serios problemas de salud en el futuro, además de favorecer su obesidad”.
Hoy en día es normal que a multitud de productos infantiles, sobre todo leches, se les añada hierro, vitaminas, ácidos grasos y oligoelementos con el objetivo de que ninguno de esos micronutrientes falte y pueda, a medio o largo plazo, favorecer un trastorno orgánico y también que, al incluirlos, mejoren el estado de salud. Es decir, que actúen como un ingrediente “funcional” (y mejore la motilidad digestiva, el estado de los huesos y los dientes, potencie el sistema inmune, mejore la agudeza visual…).
Pero nada se hace sin haber sido investigado y medido previamente. “En el caso de las leches infantiles, estamos en un campo tremendamente regulado y no es posible añadir cualquier cosa”, advierte Pedro Abellán. “Para enriquecer un alimento infantil en primer lugar deben haberse llevado a cabo proyectos de investigación muy serios y cuya metodología y resultados hayan sido validados por grupos especializados y por agencias de seguridad. Y finalmente hayan sido regulados. De lo contrario no se pueden comercializar”.
Más sabores y variedad
Tiempo atrás se tendía a unificar el sabor de los preparados infantiles y a elaborarlos de forma que tuvieran un gusto muy suave. Sin embargo, la tendencia actual es bien distinta. Se tiende a potenciar el gusto para que el paladar del niño identifique y recuerde esas percepciones. Algunos estudios han demostrado que eso ayuda a que el día de mañana coma de forma más diversificada.
Según el portavoz de Hero Baby, “conforme va avanzando la ciencia y la tecnología de los alimentos, se va consiguiendo utilizar las materias primas y los ingredientes en el momento óptimo para su utilización. De forma que el sabor, el olor o la textura, lo que se conoce como características organolépticas, se mantengan”.
Y mediante esas preparaciones, muy variadas, se intenta que el niño vaya aprendiendo a conocer nuevos sabores. Sabores que va a ir encontrando en etapas posteriores de la vida. Introducírselos a tiempo es fundamental para que no sea un adolescente demasiado selectivo ni un adulto con una alimentación limitada.
El doctor Jaume Dalmau recuerda otro aspecto importantísimo: la masticación. Por eso, las firmas de alimentos infantiles ofertan preparados que poder dar la mayoría de veces a los 10 o 12 meses y cuya textura permite que el niño ya mastique. “El niño tiene que aprender a masticar poco antes del año –puntualiza el Dr. Dalmau–. Si no lo hace, al año y medio no masticará y tendrá muchas probabilidades de ser un niño malcomedor y rechazará muchos alimentos, seguramente los que mayor masticación necesiten, como algunas verduras y carnes”.
Que la variedad de alimentos sea otra de las constantes a la hora de ofertar un preparado infantil no es casualidad. Los hábitos de alimentación se establecen al cuarto o quinto año de vida. Por eso, si un alimento no se ha introducido ya es probable que ese niño no siga una alimentación variada en épocas posteriores. O, al menos, que pase algunas etapas de su vida (parte de la infancia y la adolescencia) comiendo un número limitado de platos.
Mayor seguridad
Aunque el riesgo cero no existe, tampoco a la hora de elaborar comida para niños, la regulación que marca las directrices a seguir es muy estricta. Las empresas “históricas” –que cuentan con una gran experiencia– controlan todo el proceso de fabricación, incluso la materia prima que se elige y los campos donde deberán cultivarse, así como los tratamientos que reciben esas cosechas o la ganadería y que, en el caso de productos destinados a niños, se encuentran muy por debajo de los estándares marcados para alimentación general (de adultos).
A medida que los ingredientes van entrando en la cadena productiva, deben ir superando determinados controles. “Los procesos de elaboración y control son muy avanzados, de última generación, y también son muy seguros”, nos dice Pedro Abellán. “Existe una colaboración muy estrecha con los órganos de control de las administraciones, además de que la certificación de calidad viene de la mano de organismos acreditados e independientes que dan fe de que todo el proceso es correcto”.
Existe, por otra parte, lo que se conoce como trazabilidad, que permite recorrer “la historia” de los ingredientes principales para conocer siempre su procedencia y el recorrido que ha seguido hasta llegar a la mesa de esa familia. Todo ello, para asegurarse de que el pequeño recibe el mejor producto.
Y no debe ser de otra forma. En ellos, en nuestros niños, la frase del filosofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach “somos lo que comemos”, se convierte todavía más en una verdad indiscutible.
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jueves, 23 de mayo de 2013
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